Si pensamos en algo frágil, rápidamente podemos pensar en esos objetos delicados de cristal o porcelana que adornan las salas de estar, etiquetamos estos objetos como frágiles y les rodeamos de orden, previsibilidad, tranquilidad. A lo frágil no le va nada bien el desorden, el movimiento, lo imprevisto, la incertidumbre… básicamente, y aplicado a estos objetos, lo que viene a ser un niño pequeño libre en esa sala de estar.
Si llevamos este símil a los seres humanos, tendemos a identificar a las personas por su “fragilidad” aplicando unos criterios similares a los expuestos anteriormente, pero aquí podemos añadir muchos matices, porque una persona con un aspecto “frágil”, puede resultar ser muy resistente a ciertos estresores (enfermedades, situaciones de tensión, estrés…) y sin embargo personas con un aspecto fornido pueden resultar mucho más “frágiles”, poco resistentes a estos mismos agentes, o no conocéis a gente super deportista que a menudo está enferma, se lesiona con facilidad, lleva muy mal el estrés y los cambios de rutinas…
Por el contrario, y justo en el lado opuesto a la fragilidad, existen personas que en situaciones complicadas prosperan, se crecen ante las adversidades, el desorden y los estresores. Se atreven, experimentan, viven el riesgo y la incertidumbre sin miedo. Se caen y se vuelven a levantar sin temor a volverse a caer, porque entienden que ese es el proceso de crecimiento personal.
“Antifrágil” es aquello que resiste las condiciones adversas, que puede enfermar, pero no por ello parar, que puede caer, pero no por ello romperse, que se puede romper, pero no por ello recuperarse y seguir incluso con más fuerza que antes.
A mayor comodidad, mayor fragilidad
Desafortunadamente nuestra sociedad nos ha convertido en seres frágiles, nos lo intenta poner todo fácil, cómodo, y como ya tratamos en este otro artículo – enlace – la comodidad nos debilita.
Nuestra fragilidad se va construyendo desde bien pequeños, un exceso de limpieza, entornos muy asépticos acaban provocando multitud de problemas de asma, alergias y otras patologías autoinmunes. Exponernos en cierta medida a gérmenes y bacterias prepara nuestro sistema inmunitario.
Ya sea invierno o verano, vivimos eternamente bajo una temperatura de confort, no se trata de vivir a la intemperie al azote de del frío invernal o el calor abrasador, pero no exponerse regularmente a diferentes temperaturas hace que difícilmente toleremos estas circunstancias.
En cuanto a la actividad física, no hace falta recordar el grandísimo problema que supone el sedentarismo en la sociedad actual y quizás sea este apartado el que más impacte a día de hoy en cuanto a los factores que nos transforman en seres “frágiles”.
El beneficio de los estresores
Nuestro cuerpo no obtiene información sobre el entorno por medio de un sistema lógico, no aprendemos a movernos gracias a la inteligencia o la capacidad de razonar y calcular, sino por medio de la experiencia, nos sometemos a situaciones de estrés (observa a un niño pequeño en sus intentos por mantener el equilibrio) de las que aprendemos para evolucionar.
Es la exposición controlada a estresores la que nos permite aprender y adaptarnos al medio, los huesos del cuerpo, por ejemplo, se refuerzan cuando se ven sometidos a la gravedad, después de hacer ejercicio. Y del mismo modo que pasarse un mes en la cama provoca atrofia muscular, los sistemas complejos se debilitan si se ven privados de estresores.
Los seres vivos y los sistemas complejos se comportan de una forma en la que sus componentes interaccionan entre sí, intercambiando información por medio de estresores. Y precisamente por eso, pueden llegar a ser antifrágiles.
Lo robusto aguanta los choques y sigue igual; lo antifrágil mejora. Para aprender a montar en bicicleta, es imprescindible rasparse las rodillas y los codos. No puede, ni debe, evitarse, mientras no queramos rasparnos las rodillas seguiremos en peligro.
Pero como ya comentábamos anteriormente, podemos encontrar casos en los que un exceso de estresores nos debilite en vez de fortalecernos, siempre es necesario un equilibrio que nos permita adaptarnos y recuperarnos. Si eres de las personas que hace mucho deporte, pero te sientes frágil porque te lesionas muy frecuentemente, quizás estés sometiendo a tu cuerpo a una dosis de ejercicio que no es capaz de tolerar.
Pilates nos hace antifrágiles
Ya hemos visto que el ejercicio físico es un estresor necesario para evitar caer en la fragilidad, pero también es importante reconocer la importancia del tipo de estímulo al que tenemos que someter a nuestro cuerpo para crear adaptaciones saludables, que nos hagan más fuertes y resistentes.
Pilates desarrolla su trabajo de una forma uniforme y equilibrada, poniendo el foco en un estímulo consciente del movimiento, trabajando todas nuestras articulaciones en sus amplios rangos de movimiento, desarrollando la fuerza y la flexibilidad.
Aparca tu comodidad, pero busca una forma efectiva y saludable para buscar tu “antifragilidad”, ¿no has probado aún Pilates?
Dedicado especialmente a nuestra alumna Anita Fuller, un claro ejemplo de “Antifragilidad”.